”…
A Susie le preocupa la paz, la supervivencia de todas las especies animales, las condiciones de vida de los niños desfavorecidos, la conservación del planeta…
Susie considera que está en el bando correcto, es una firme defensora del débil en todas esas eternas causas perdidas.
En lo que va de semana Susie ya ha salvado al oso polar, a los damnificados por un tifón en un recóndito país y a los huérfanos de un barrio marginal de una gran capital. ¿Cómo lo logra?
Añadiendo su firma a peticiones que le llegan por correo electrónico mientras está cómodamente recostada en su sofá.
Susie jamás se ha planteado de dónde provienen esos correos electrónicos, ni a quiénes se enviarán sus firmas, ni si esas misteriosas personas son el interlocutor válido para tratar la petición, ni siquiera se plantea si la petición que firma es mínimamente viable. Sin embargo Susie está satisfecha porque ha “hecho algo” y mira decepcionada y compasiva a los que no se implican como ella:
– ¿Es que no se plantean nada?- Me dijo hace unos días.
…”

Abdelhak Bouanani en el artículo “Cómo logré ser el mejor en todo”, aparecido en la revista marroquí Souffles.

“A mí me han puesto en el mundo para ser feliz.”

En Pequeña historia de elefantes y cacharrerías, obra conjunta de Carmen de la Rosa y José Pablo Pérez.

“…
Los devotos invocan a Dios y le ruegan que interceda a su favor como quien llama a un servicio de urgencias. Y Dios no está para esas cosas, no puede, no da abasto. La jerarquía celeste está colapsada:
Los serafines, encargados del papeleo, se pasan la eternidad tocando el arpa; los azules querubines revolotean graciosamente en lugar de hacer llegar las demandas a las escalas más bajas de la jerarquía celestial. […]
Total, para que después no contemos más que con uno o dos ángeles destinados para atender a los desconsolados de una ciudad mediana, típico de un sistema excesivamente burocratizado. Pobres devotos, están en manos de los eternos funcionarios.
…”

En Ecce ego de Armando Vitale.

“…
Por alguna extraña razón pretendía llegar a tiempo a la reunión. Ya pasaban varios minutos de las 10 y, además, ni siquiera tenía claro qué debía decir. Sin embargo, aceleró el paso. Las explicaciones -que su jefa, por supuesto, no iba a comprender- no podían esperar.
De pronto sintió un leve choque en la pierna derecha, por encima de la rodilla. Primero pensó que se trataba de abeja o algún otro estúpido insecto, pero un sonido metálico en el suelo justo después del impacto pulverizó esta hipótesis. Se detuvo, buscó por el suelo el objeto misterioso y vio con asombro que el objeto que aún rodaba por el suelo junto a sus pies era nada menos que UNA BALA.
Tras comprobar que su pierna continuaba en perfecto estado de revista, le aterró la idea de que alguien hubiera podido disparar contra él y empezó a girar sobre sí mismo escrutando las ventanas de los edificios circundantes. La más aplastante lógica le hizo ver que él, un chupatintas insignificante, no podía representar una amenaza para nadie y debía tratarse de un azar. Pero, siguiendo la única opción que conseguía considerar: ¿A qué distancia se tiene que disparar una bala para que rebote en una persona sin causarle daño alguno? Pronto su mente se proyectó hacia lo inverosímil: “¿Es que puedo parar las balas?”.
…”

«El gran Fali Moreno» en Superhéroes de rojo celofán, recopilación de cuentos del Colectivo Cineflux.

“…
Vi muchos cristales, varios coches de policía y mujeres que lloraban gritando “¡Se ha ido por ahí!”, tengo dos teorías:
Número 1, han matado al hombre de cristal.
Y número 2, el cegato del pueblo se ha quedado sin gafas y corre sin control.
…”

Fragmento de la película El Cascarillion de Douglas Adams.
En la imagen, escultura de Dan Rothenfeld.

“Nuestras virtudes nos hacen diferentes, pero respecto a los vicios todos somos iguales. No olvidemos que los pecados capitales son solamente siete.”

Declaración de principios de Andrew Jackson en El tigre bajo el sol de Jevetta Adams, comentando El manantial de Ayn Rand (inspirado en la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright).
Ilustración de Lorenzo Goñi.

«…
El viaje hasta las montañas iba a ser largo. No iban a dejar la carretera en, al menos, cuatro horas, así que se arrellanó cómodamente en su asiento de acompañante. Mientras, David conducía y cambiaba de nuevo de música. Susanne aprovechó el momento para hacer poner en práctica el consejo de Charly, debía “concentrarse en un detalle y dejar que la idea surgiera”. Eligió un coche que les adelantaba por el carril rápido y permanecía diez metros delante de ellos, un Picasso. Y la idea surgió: su tubo de escape iba a caer. Abrió los ojos, sorprendida, como si el tubo ya hubiera caído. Pero el tubo no cayó y el coche siguió avanzando hasta que se perdió de vista. Susanne perdió inmediatamente interés en el experimento.
El siguiente coche que se colocó a la misma altura del Picasso fue un Toyota cuyo tubo de escape, de repente, empezó a rozar el asfalto.
-¡Mira! ¡A ese coche se le ha soltado el tubo de escape! No se ha dado cuenta, vamos a decírselo.- Dijo Susanne agarrando a David por el brazo.
– Ya se dará cuenta, ¿no?- El hombre no se inmutó.
– Por favor, hazle luces, no te cuesta nada, va…- Ella sabía que con eso no bastaría.- Es que me he concentrado en un tubo de escape de otro coche y se le ha caído a este…
– ¿Qué?
– Va, avísale, el tío no se ha dado cuenta…- El tubo empezó a despedir chispas y David accedió ante las súplicas de Susanne. Se colocó detrás del Toyota y le lanzó algunas ráfagas. El conductor reaccionó y comprendió que no se le pedía que se apartara sino que se trataba de alguna avería. Se desvió hacia la siguiente salida y David le siguió. Un hombre gordo de mediana edad se bajó del coche y empezó a rodearlo meneando la cabeza para encontrar el desperfecto.
Los chicos bajaron también y Susanne le dijo nerviosamente que no podían dejar que continuase el camino sin decirle que su tubo de escape estaba suelto. El hombre gordo les agradeció el gesto y se quedó allí observando la gravedad del asunto mientras David y Susanne se dirigían ya hacia su coche para retomar el viaje. David le dijo, riendo:
– ¿Por qué no le has dicho que has sido tú? – Ella le miró con apuro y finalmente dijo:
– Porque no es problema mío.
…”

Primera premonición de Susanne en Lejos de aquí, cerca de allí de Marie-Eve Bisset.