Adiós desde el balcón

A veces los niños son tan literales que nos dejan sin palabras. Como muestra, esta situación en la que el tío de una niña de seis años al despedirse de su sobrina le dice: «Ahora me dices adiós desde el balcón, ¿vale?»
A lo que la niña responde alegremente, sin esperar a que él se haya marchado y por supuesto sin asomarse al balcón: «¡Adiós desde el balcón!»

¿Esto es arte o esto es mierda?

Una Facultad de Bellas Artes es una fuente inagotable de anécdotas impagables. En mi caso, recuerdo con especial cariño las del equipo de limpieza en el taller de escultura de la Facultad de Barcelona. Este equipo, compuesto íntegramente por mujeres, aderezaba sus tardes de trabajo con cantos, chistes y chascarrillos mientras limpiaban las caóticas mesas que dejaban tras de sí los estudiantes de los grupos de las mañanas.
Ya se sabe que la experimentación ensucia mucho y a veces cuesta discernir qué experimentos van bien encaminados y cuáles merecen ir al cubo. Así que estas aguerridas profesionales debían transmutarse en críticas y plantearse por sistema qué debían tirar y qué no, con la frase: «¿Esto es arte o esto es mierda?»
Normalmente su criterio coincidía con el de los artistas y no se desechaban piezas por error.
Pero algunas veces, obras en las que el artista aún estaba trabajando no convencían a las mujeres de la limpieza y desaparecían de la mesa. En otras ocasiones, retales casuales eran ascendidos a la categoría de obra artística y al verlos el estudiante descubría una nueva línea experimental.

Un tenedor para Juanito

En los comedores de lo colegios los niños deben colaborar para poner la mesa y recogerla. Y precisamente en ésas estaba una de las niñas:
– ¡Señu, dame un tenedor para Juanito!- A una las monitoras.
– Y Juanito, ¿no tiene piernas?
– Sí, piernas sí que tiene, lo que no tiene es tenedor.

Concursos de estalactitas de escupitajos

El fenómeno nació en Olivehurst (California), que también estuvo tristemente de actualidad por el asesinato de un profesor y tres alumnos en 1992. Allí mismo pero en la década de los 1950, un puñado de alumnos se dedicaban a datar la resistencia de escupitajos colgantes del techo de las aulas. Este inusitado interés fue el origen de lo que se llamó Loogies Stalactites Contest (Concurso de estalactitas de escupitajos) e incluso se extendió a otros centros. En estos concursos se valoraba tanto la longitud como la durabilidad de los escupitajos resecos escupidos en el techo y se otorgaban premios. Estas prácticas fueron prohibidas y sobreviven ya solo en la memoria de algunos exalumnos, como el que me contó la historia.

El hombre del torso desnudo

Es sabido que el verano desinhibe a las personas, por un lado, y que las recalienta, por otro. Buen ejemplo de la confluencia de estos dos aspectos es la cantidad de piel que algunas personas exhiben orgullosas. La base objetiva de este orgullo es variable y de ahí que el impacto que cause la visión de según qué sea más variable aún.

Una tarde de un prematuramente caluroso junio se paseaba por una calle muy concurrida un hombre con el torso desnudo. Sudoroso como iba nadie osaba acercarse a él, lo que provocaba que el resto de transeúntes reservara para él un espacio a su alrededor para evitar roces pringosos. Nuestro hombre sigue andando, a salvo de los empujones y ajeno a las caras de desagrado con que le miran algunas mujeres mayores.
De pronto una chica sale de la farmacia corriendo para coger el autobús que se acerca. En su carrera choca con el hombre del torso desnudo, y mirando con asco el sudor del hombre en su propia piel, le increpa:
-¿Pero qué haces? ¿Es que quieres darles ideas a los que tienen más barriga que tú?
La carcajada fue general.

Electrodomésticos de la familia

En ocasiones el animismo puede inspirar a las personas a hacer cosas curiosas: en un piso de estudiantes de Barcelona, compartido por un grupo variable de hasta seis personas, cada vez que un electrodoméstico cumple años o muere, se reúnen todos los que lo han usado a lo largo de la historia del piso para celebrar una fiesta o un velatorio, según convenga. Unos se apuntan, otros no, según les parezca.
Mención especial merece el imán artesanal que recibió la nevera en su decimoquinto aniversario, lamento no poder incluir documentación gráfica. Deberá bastar con decir que se trata de un pastel de cartulina con un 15, dos marcianos y una vaca con gafas de sol.

San Pancracio, el maltratado

Está muy extendida la creencia de que San Pancracio da suerte en el trabajo. De hecho, no es extraño ver una imagen del santo en establecimientos de lo más variado, con una moneda de las antiguas 25 pesetas ensartada en el dedo o con una ramita de perejil. Las ceremonias cambian según el lugar y, por ejemplo, en Elche es costumbre castigar a la figurita si su intercesión no es efectiva.

Una tarde de verano dos mujeres de mediana edad hablan por teléfono cada una desde su negocio, una regenta un bar y la otra una pastelería. Aburridas por la falta de clientela, ya habían encerrado a sus respectivas figuritas de San Pancracio cada una por su lado, una en un armario y la otra en el congelador.
La del bar decide cerrar el negocio y reunirse con su amiga en la pastelería. Allí las dos, muy enfadadas con el santo, lo sacan del congelador y empiezan a maltratarlo a conciencia. Lo golpean contra el mostrador, lo tiran al suelo y pronto tenemos a dos mujeres hechas y derechas liándose a patadas y pisotones con la figurita.
Esta vorágine se ve interrumpida por otra, la de un tropel de clientes que llenan de repente el local.
Y alguien dirá quizás: «¿Vendrían del bar al encontrarlo cerrado?».
Bien, y añadamos a eso: «¿O es que San Pancracio reaccionó tras la tortura?».