”…
-¿Cómo es ese Mathieu?-preguntó el joven. Intentado hallar la respuesta Didier inspiró con fuerza mientras levantaba las cejas con un gesto cómico. Apretó los labios con el ceño fruncido y, de repente, pareció encontrar algo.
-Te pondré un ejemplo: Cuando ambos compartíamos piso en Bordeaux nos encontrábamos a menudo con un pedante insoportable que estudiaba derecho y, además de ser muy erudito en literatura, escribía algún cuento infumable en la revista de la facultad. El pedante le contaba un día a Mathieu que tenía debilidad por las óperas primas de los escritores y le confesó que estaba ansioso por leer la suya. Mathieu le contestó sin pestañear: Yo, por mi parte, tengo debilidad por las óperas póstumas, y también estoy ansioso por leer la tuya.
…”

En El intelectual bisiesto de François Langeais.

”…
-[…] De todas formas de Elsa poco puedo decirle aparte de lo que debe haber leído, no hemos hablado desde horas antes de la inauguración en el Central. La vi cansada de todo, bastante negativa. Me hizo unos cuantos comentarios sarcásticos y me harté rápido. Mientras se le ocurría la famosa idea yo estaba en la otra punta de Amsterdam.- La periodista me miró como esperando algo más. – Así que no tengo más que contar.
Se acabó cansando, por fin. Pero ¿qué creía que le iba a decir? El resto era bien conocido, a Eve [la periodista] no le importaba como pudiera sentirme yo con esa historia. Sólo quería tirarme de la lengua para que criticara a Elsa, no le di el gusto. Quería que le dijera lo que ve cualquiera que no esté metido en este mundo: que era una escultora mediocre con una buena agenda y mucha cara dura. Al menos pagó los cafés.
[…]
Me dolió lo evidente de la idea, tan simple, tan irritantemente original. En esa inauguración Elsa hizo su primera Ceremonia de Destrucción Creativa. La ocurrencia le debió salir sin planteársela mucho: resaca, un par de copas y el ambiente que le pedía a gritos despreciarlos riéndose en su cara. La crónica en el diario decía que fue un “acontecimiento apoteósico”. Después de pronunciar unas palabras de bienvenida se transfiguró en una sacerdotisa posmoderna que exhortó a la concurrencia a devolver al arte lo que el arte les había ofrecido, a hacer un acto de fe y no sé qué estupideces más. Incluso tomó una de las velas que decoraban la sala y la alzó, la teatralidad es básica. Supongo que a partir de ahí se trataba de pensar el siguiente movimiento sobre la marcha, improvisando. De repente, se acerca a una mujer, coge un chal que la mujer lleva sobre los hombros y lo extiende en el suelo. Entonces, el gran momento, deja caer la escultura sobre el chal; la escultura, claro está, se rompe y Elsa recoge el chal por las puntas; le hace un nudo y se lo da a la mujer en medio de un silencio helado. Poco después empiezan los aplausos, justo entonces Elsa acababa de cuadriplicar el precio de sus obras.
[…]
Ya era sorprendente que alguien comprara las obras de Elsa cuando las vendía enteras, pero aún más lo es ahora que las vende rotas. Esas Ceremonias de Destrucción Creativa no transforman una obra mediocre en una obra mediocre rota, ni una basura en muchas basuras, no. Transforma la obra en otra cosa. Los compradores pagan grandes sumas por participar en una catársis y llevarse su ofrenda. Preocupante.
…”

Los reproches de Franz por el éxito de Elsa en Ascenso y fracaso de Elsa Caserta de Jeff Newman.

”…
A Susie le preocupa la paz, la supervivencia de todas las especies animales, las condiciones de vida de los niños desfavorecidos, la conservación del planeta…
Susie considera que está en el bando correcto, es una firme defensora del débil en todas esas eternas causas perdidas.
En lo que va de semana Susie ya ha salvado al oso polar, a los damnificados por un tifón en un recóndito país y a los huérfanos de un barrio marginal de una gran capital. ¿Cómo lo logra?
Añadiendo su firma a peticiones que le llegan por correo electrónico mientras está cómodamente recostada en su sofá.
Susie jamás se ha planteado de dónde provienen esos correos electrónicos, ni a quiénes se enviarán sus firmas, ni si esas misteriosas personas son el interlocutor válido para tratar la petición, ni siquiera se plantea si la petición que firma es mínimamente viable. Sin embargo Susie está satisfecha porque ha “hecho algo” y mira decepcionada y compasiva a los que no se implican como ella:
– ¿Es que no se plantean nada?- Me dijo hace unos días.
…”

Abdelhak Bouanani en el artículo “Cómo logré ser el mejor en todo”, aparecido en la revista marroquí Souffles.

“A mí me han puesto en el mundo para ser feliz.”

En Pequeña historia de elefantes y cacharrerías, obra conjunta de Carmen de la Rosa y José Pablo Pérez.

“…
Los devotos invocan a Dios y le ruegan que interceda a su favor como quien llama a un servicio de urgencias. Y Dios no está para esas cosas, no puede, no da abasto. La jerarquía celeste está colapsada:
Los serafines, encargados del papeleo, se pasan la eternidad tocando el arpa; los azules querubines revolotean graciosamente en lugar de hacer llegar las demandas a las escalas más bajas de la jerarquía celestial. […]
Total, para que después no contemos más que con uno o dos ángeles destinados para atender a los desconsolados de una ciudad mediana, típico de un sistema excesivamente burocratizado. Pobres devotos, están en manos de los eternos funcionarios.
…”

En Ecce ego de Armando Vitale.

“…
Por alguna extraña razón pretendía llegar a tiempo a la reunión. Ya pasaban varios minutos de las 10 y, además, ni siquiera tenía claro qué debía decir. Sin embargo, aceleró el paso. Las explicaciones -que su jefa, por supuesto, no iba a comprender- no podían esperar.
De pronto sintió un leve choque en la pierna derecha, por encima de la rodilla. Primero pensó que se trataba de abeja o algún otro estúpido insecto, pero un sonido metálico en el suelo justo después del impacto pulverizó esta hipótesis. Se detuvo, buscó por el suelo el objeto misterioso y vio con asombro que el objeto que aún rodaba por el suelo junto a sus pies era nada menos que UNA BALA.
Tras comprobar que su pierna continuaba en perfecto estado de revista, le aterró la idea de que alguien hubiera podido disparar contra él y empezó a girar sobre sí mismo escrutando las ventanas de los edificios circundantes. La más aplastante lógica le hizo ver que él, un chupatintas insignificante, no podía representar una amenaza para nadie y debía tratarse de un azar. Pero, siguiendo la única opción que conseguía considerar: ¿A qué distancia se tiene que disparar una bala para que rebote en una persona sin causarle daño alguno? Pronto su mente se proyectó hacia lo inverosímil: “¿Es que puedo parar las balas?”.
…”

«El gran Fali Moreno» en Superhéroes de rojo celofán, recopilación de cuentos del Colectivo Cineflux.

“…
Vi muchos cristales, varios coches de policía y mujeres que lloraban gritando “¡Se ha ido por ahí!”, tengo dos teorías:
Número 1, han matado al hombre de cristal.
Y número 2, el cegato del pueblo se ha quedado sin gafas y corre sin control.
…”

Fragmento de la película El Cascarillion de Douglas Adams.
En la imagen, escultura de Dan Rothenfeld.