Un día a medida

Ella: Lleva horas subiendo y bajando en un ascensor incontrolable que pasa por pisos conocidos y luego sube hasta andamios desconocidos. Ya ha renunciado a su libreta colegial olvidada y desciende hasta un párquing con estanterías vacías ordenadas en pasillos iluminados con una luz hiriente, diáfana y artificial. Se dirige con comodidad mundana hacia una luz distinta, cálida. Por fin puede llegar al exterior, a la calle.
Justo entonces él…
– Despiértate ya, ya han acabado, ¡venga! Ya han puesto todo en su sitio. Están esperando a que lo veas y le des el visto bueno al día.

Él: No puede dormir desde las 6, la mira a su lado y piensa que despierta gana mucho. Dormida él no la reconoce, le cuesta recordar qué ha ido bien y qué no, desde que viven juntos. Piensa que no estuvo bien su asunto con la rubia de pelo alborotado, pero no consigue sentirse mal. Poco a poco sale el sol, ella aún duerme y él empieza a inventar cualquier cosa para retenerla a su lado y conservar la apuesta de los dos. Le vence la espera y…
– Despiértate ya, ya han acabado, ¡venga! Ya han puesto todo en su sitio. Están esperando a que lo veas y le des el visto bueno al día.

Marnie Braddock

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