Africanas colinas
Son de chicharras
Agua que mana

Atardecer lejano
Sobre el río que fluye
Montes dorados

Desgarradas montañas
Marrón y verde etéreos
Luna en el cielo

Luna sobre el asfalto
Carretera desierta
Queda la noche

Camino de Chefchaouen
Abrumador paisaje
Noche africana

Si con su pandereta
Ríe sin poder parar
Es Baila-baila

Baila-baila sin parar
En su mundo sin maldad
Por veinte dirhams

Daniel Lubinovich, J.S. Hattenschweiler, J.J. Baldachin y Marnie Braddock

Sobre bosques y prados
Las blancas nubes
Y el cielo azul y claro

Y sobre el verde oscuro
El cielo abierto
Que envuelve el viento libre

Tierras de Normandía
Entre los verdes campos
Vuela un pájaro

Hay nubes de verano
Tierra verde y plana
Caballo blanco

Tras los altos árboles
Esperanza de un cielo
Que en azul se abre

Los campos rodeados
Por sus guardianes
Comparten verde y ocre

En su verde remanso
Se solaza en silencio
Un viejo pueblo

Por el verde horizonte
Orgullosa en su piedra
Hay una iglesia

Aire que me promete
Encontrarme a mí mismo
En lo lejano

Camino de piedra gris
Brilla en plata el tejado
Refleja el cielo

A través del camino
Tallos de verdes yerbas
El viento suave

Como blancos gigantes
En el cielo se ven
Molinos de viento

Tapiz de tierra y verde
Suave ondulación
Bajo el cielo dibuja

Campos de Normandía
Agradecido cielo
Vacas pastando

Carreteras extrañas
Sobre árboles casas
Una gran luna

Daniel Lubinovich y Marnie Braddock

Después de haber padecido durante interminables años hambre y privaciones,
después de haber sido abandonado
por decenas de mujeres
que corrieron a los brazos del triunfador de turno,
después de haber soportado con paciencia de monje
paternales consejos,
amistosas palmadas,
suficientes sonrisas,
confidencias idiotas,
vagos aplausos corteses de los instalados
en mullidos sillones,
después de haberme visto arrastrado a oficiar de bufón en sus fiestas,
de ingenioso en sus bailes,
de profeta en su tierra,
después de haber sido repetidas veces
humillado por mediocres,
vejado por cretinos,
ignorado por insignificantes,
pisado por tramposos,
postergado por quienes, en el mejor de los casos,
os lo juro, valían
menos que yo,
después de, en fin, haber fracasado en todo con estrépito,
he decidido por decreto ley,
solemnemente,
proclamar sin pudor QUE SOY UN GENIO
Y QUE LA HUMANIDAD NO ME COMPRENDE.

Joaquín Sabina

En la imagen, Hombre que anda a trancos de Alberto Giacometti.

Lunes, primera hora:
Me planto con mis papeles,
lo mismito que ayer.
Miro de nuevo en el bolso,
sí, he traído el carnet…
Y ahí estaba él: el empleado del mes.
Y ahí estaba él: el empleado del mes.
Y ahí estaba él: el empleado del mes.

Ay, venga, maldito canalla,
me estás matando,
basta de jugar.
Te he dado todo lo que tengo,
maldito canalla,
me vas a matar.

Ya he hecho lo que me has pedido:
colas, instancias, leer y firmar…
sin recibir nada a cambio
más que otro sello en el historial.

Te busco, te encuentro, te odio,
con tu desdén
me haces sufrir.
Ay, venga, maldito canalla,
me estás matando,
dependo de ti.

La Chula Sindientes, canción de su primer disco Sus vais a enterar

Ella: Lleva horas subiendo y bajando en un ascensor incontrolable que pasa por pisos conocidos y luego sube hasta andamios desconocidos. Ya ha renunciado a su libreta colegial olvidada y desciende hasta un párquing con estanterías vacías ordenadas en pasillos iluminados con una luz hiriente, diáfana y artificial. Se dirige con comodidad mundana hacia una luz distinta, cálida. Por fin puede llegar al exterior, a la calle.
Justo entonces él…
– Despiértate ya, ya han acabado, ¡venga! Ya han puesto todo en su sitio. Están esperando a que lo veas y le des el visto bueno al día.

Él: No puede dormir desde las 6, la mira a su lado y piensa que despierta gana mucho. Dormida él no la reconoce, le cuesta recordar qué ha ido bien y qué no, desde que viven juntos. Piensa que no estuvo bien su asunto con la rubia de pelo alborotado, pero no consigue sentirse mal. Poco a poco sale el sol, ella aún duerme y él empieza a inventar cualquier cosa para retenerla a su lado y conservar la apuesta de los dos. Le vence la espera y…
– Despiértate ya, ya han acabado, ¡venga! Ya han puesto todo en su sitio. Están esperando a que lo veas y le des el visto bueno al día.

Marnie Braddock

Ya no sabe qué hacer.
Piedra
Por la mañana al desconchar el azucarero de vidrio con un golpe seco contra el mármol blanco descubre que su derecho es pedir a gritos tener razón.
Papel
Más tarde, al pasar bajo las líneas de luz de las persianas descolgadas siente que todo vale el nombre que lleva, y el tuyo le suena tan dulce.
Tijera
Al volver sobre sus pasos y notar el ardor de la arena incrustada entre las uñas que arañaron metal sabe que aún guarda las palabras que tú le prestaste para explicar que ya no te besa.
Y no te las va a devolver.

Marnie Braddock

Vi,
creí lo que vi,
quise lo que creí…
pero al volver a mirar sólo tenías el aspecto de persona recién mirada.

Ricciotto Canudo

Poema citado por Rudolf Arnheim en Arte y percepción visual.